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La historia de la mujer que abandonó a su hijo en el hospital y hoy sueña con encontrarlo: “Pensaba cómo matarlo y cómo matarme yo”

Perdida en el torrente de maratonistas, porta una remera distinta al resto. Junto a un logo creado por una amiga y una fecha de nacimiento que debió ser corregida, en la prenda se divisa una leyenda: “Sebastián, hijo, te busco”. Paula Salto lleva además una certeza: aunque cruce la línea final de todas las carreras en las que se anote, jamás llega a la meta. A su meta. Que quizás sea como la utopía de Eduardo Galeano, aquella que se comporta como el horizonte: mientras más nos acercamos, más se aleja. ¿Para qué sirve, entonces? Para caminar, para trotar, para correr. Para no detenerse. Para no quedarse. Que ya mucho se ha quedado Paula. Que ya está. Que debe seguir buscándolo. Que tiene que encontrarlo. “Yo corro por él. Corro por él…”, repite, ensimismada en sus palabras. Y en los recuerdos de Sebastián, compuestos por los meses del embarazo y las escasas horas que compartió con él. Ni siquiera un día completo estuvo a su lado. Pero aún fugaces, “los recuerdos viven en mí, cada segundo de mi vida”.

Oriunda de Santiago del Estero, creció sin una familia que la ampare. Llegó a Buenos Aires de adolescente, cuando había dejado el secundario en primer año. Mucho tiempo después, se recibiría de enfermera; desde hace 11 años trabaja en el Hospital Magdalena, de General Pacheco. Mamá de tres varones, Paula es todo eso. Y mucho más. Es un pasado hostil, violento y silenciado. Es un presente incompleto. Es un futuro incierto, que se sostiene y vislumbra en la ilusión del reencuentro. Y es, ante todo, una historia que necesita ser escuchada.

Paula corre maratones buscando a su hijo Sebastián: “No lo abandoné porque no lo quería”

—Estamos buscando a Sebastián.

—Estamos buscando a Sebastián. Es mi hijo. Tiene 35 años.

—Paula, ¿volvemos hacia atrás?

—Volvemos. Yo era muy jovencita, era otra persona, otra mujer; sumisa. Y me encontré con una persona que era agresiva, no físicamente, pero sí psicológicamente. Y quedé embarazada de mi primer hijo al mes de haberlo conocido (al papá, Luis). Cristian tiene 36 años; se llevan nada con su hermano.

—¿Cómo fue el embarazo de Cristian?

—Regular. A los tres meses ya se vio que él (el papá) no quería, no quería... En realidad, creo que no quería: yo no sabía lo que quería él. Yo era menor de edad y era indocumentada. En ese momento él se hace cargo, entre comillas, porque tuvo que ir al hospital a sacarnos a nosotros, por medio de un juez, porque él era mayor; tenía 23.

—¿Por qué indocumentada?

—Mi mamá murió cuando yo era chica, mi papá era alcohólico y nadie se hacía cargo. Tuve una infancia con una abuela, pero no me crió; nos criamos como pudimos, digamos. Y bueno, nadie me hizo un documento.

—Todo costó mucho.

—Todo costó demasiado. Y creo que la pérdida de Sebastián, el abandono de Sebastián, es la consecuencia de todo lo que pasó antes.

—¿Pudiste estudiar?

—Sí. Hice la primaria en un colegio de curas y el primer año del secundario de perito mercantil en Quimilí, en Santiago del Estero. Y ahí quedé.

—Y venís a Buenos Aires, conocés a Luis, llega Cristian; y vos, una nena.

—Claro. Yo, con carencia de familia. Lo primero que pensé fue formar una familia porque no tenía familia. Cristian tenía seis meses cuando me quedé embarazada de Sebastián. De Luis, obviamente, porque era mi pareja. Y porque a pesar de que éramos una pareja, rara, él hacía lo que quería de su vida: tenía otras chicas, otras parejas. Yo igual continuaba con él. Y quedé embarazada de Sebastián.

—¿Y ahí, qué pasó?

—Ahí, primero se intenta… Él quiso que me hiciera un aborto, pero hubo una situación: la persona que me iba a hacer el aborto fue presa. En aquella época eran abortos clandestinos y bueno, había pasado con alguien, con una chica, que se murió en esa casa. Y yo no llegué a hacerme el aborto. Después (Luis) continuó con que no quería que lo tuviera a Sebastián, con que no quería otro hijo, no quería....

—Estabas viviendo un embarazo y un puerperio a la vez: acababas de tener un bebé. ¿Y sin familia, sin amigos?

—Y… todo, absolutamente todo, muy complicado. No había absolutamente nada bueno durante todo el día. No tenía amigas, no hablaba con nadie. Era una mujer muy cerrada, sumisa, callada. No tenía reacción ante nada.

—¿Qué te decía el papá?

—Que lo diera en adopción. Que no volviera con Sebastián a la casa. No lo quería a Sebastián. Y no me quería a mí tampoco.

“Me levanté, le cambié de pañal, le di la teta, lo dejé en la cuna y me fui”, asi recuerda Paula Salto el día en el que dejó a Sebastián en el hospital. En la imagen el acta que confirma su nacimiento.

La noche más oscura

“El 18 de octubre, a las 7:30 de la mañana, me siento en la cama; yo dormía sola, él (Luis) dormía con Cris. Y rompo bolsa -continúa Paula con su relato-. Le digo: ‘Rompí bolsa, me voy’. Fui a la parada del colectivo, en la calle Adolfo Carranza y avenida San Martín, Paternal. El chofer me lleva con la gente que iba ahí: era la primera vez que alguien me ayudaba, que alguien me cuidaba, que me agarraba de la mano. ‘Vamos, vamos, Te llevamos’. Sí, la primera vez: lloré desde que me bajaron del colectivo. Fue un parto rapidísimo: nació 13:30, más o menos”.

—¿Dónde pariste?

—En el Hospital Durand. Yo ya había ido dos veces, para dos controles de embarazo.

—¿Tuviste solo dos controles en todo el embarazo?

—Sí. La segunda vez que fui al control, (el médico) me preguntó si estaba todo bien. Nunca me animé a decir: “Me está pasando esto”. Antes tampoco se indagaba demasiado: era todo así, todo. Antes, la mujer sufría maltrato obstétrico también. En el trabajo de parto me piden la ropa, me piden mi documento y yo no tenía nada, absolutamente nada. Había ido con lo puesto. Después de que lo parí, sin mucho dolor, me preguntaron por qué lloraba, y yo lloraba porque entré en crisis: ahí empecé a pensar que tenía que hacer algo con Sebastián. Porque ya no estaba adentro mío, estaba afuera. Lloré toda la tarde. Cuando fueron a verme, dije que el papá iba a llegar enseguida. Era mentira: nunca fue. No iba a ir tampoco.

—¿Qué significaba que tenías que hacer algo con Sebastián?

—Y… en ese momento, más en la noche, la idea que rondó todo el tiempo en mi cabeza era pensar cómo matarlo a Sebastián y cómo matarme yo. No quería seguir viviendo. Era la solución que tenía. No había otra solución: no podía volver a mi casa con Sebastián. Y se me pasó la noche pensando cómo matarlo. Y cómo matarme yo.

—Hablás de que atravesaste una crisis. ¿De qué se trata?

—Por medio de terapia, se sabe qué es lo que me pasó a mí. Fue eso: el sentimiento irreal de la situación, provocado no solamente por el antecedente de pareja, sino por la situación de niñez arrastrada, que queda. Llega un momento en que te bloqueás y, al no encontrar salida, pensás mucho en la muerte. No es que no le quería dar la teta: yo sí le daba la teta. Pero pensaba qué era lo que podía hacer. Y la idea fue esa: matarlo y matarme.

—¿Es correcto hablar de psicosis puerperal? ¿Esa es la figura?

—Sí, esa es la figura de lo que me pasó a mí.

—¿Y qué pasó al otro día, después de esa noche en el hospital en la que pensabas cómo matar a tu bebé y cómo matarte vos?

—Al otro día me levanté, lo cambié de pañal, le di la teta, lo dejé en la cuna y me fui. Caminé por avenida San Martín hasta Adolfo Carranza, donde yo vivía, como una persona desquiciada, loca, que perdió… me crucé personas en la calle, en ese estado. Tenía solamente un enterito a cuadro, una remera y todo mi físico; mi yo, era otra cosa.

—Ese día, llegás a tu casa habiendo dejado a…

—(Interrumpe) Sebastián en el hospital.

—A tu bebé en el hospital. ¿Vos entendías que era tu bebé? ¿O siempre era Sebastián?

—No. Era mi bebé. Era mi bebé. Sebastián fue el nombre que se me ocurrió cuando nació: “¿Qué nombre le vas a poner, mamá?”, me preguntan. Él no tenía nombre; Cristian sí tuvo nombre, siempre lo tuvo. Yo dije: “Sebastián”. Y quedó Sebastián. Y era mi bebé. Sí, sí.

—¿Y cuando llegás a tu casa?

—Él me abre la puerta. Me pregunta de una forma irónica: “¿Qué pasó?”. “Se murió”, le dije. Obviamente, él sabía que no había muerto, que no era así: él sabía que lo había dejado, que lo había dado en adopción. No le importaba. Realmente: no le importaba. No quería que yo llegara con Sebastián. Me senté en el piso y permanecí ahí, en el piso… no sé, tres o cuatro días, hasta que me levanté. Hay cosas que bloqueé y no las recuerdo. Por ejemplo, pérdidas hemáticas y todo lo que tiene una mujer. No sé qué pasaba con eso. No me acuerdo cómo las solucionaba. Sé que a Cristian le seguía dando la teta.

Paula Salto era menor de edad, indocumentada, víctima de violencia y sufría psicosis puerperal. Hoy busca a Sebastian junto a Alan Leonel Figueroa, su hijo menor

Herida de abandono

“El primer día fueron a buscarme porque la dirección de mi casa estaba en el hospital -recuerda Paula-. Los atendió él. Yo escuchaba todo desde adentro: les dijo que yo no estaba, que no había llegado nunca, que había abandonado a Cristian. Se fueron. Al segundo día volvieron, le preguntaron lo mismo: ‘¿No vas a ir a ver tu bebé? Mirá que tu bebé es hermoso. ¿No vas a ir?’. Y él les dijo que no, que no lo quería, que no lo podía tener, que no le interesaba, y que quería que lo dieran en adopción porque nunca iba a ir a buscarlo. Ese día estaba la policía, la asistente social, y firmó para que lo dieran en adopción. Nunca se preguntaron si yo podía estar adentro. Me podría haber matado; capaz era el vecino, ni siquiera era el padre…”.

—Pero vos estabas ahí, escuchabas todo.

—Sí, yo escuchaba todo.

—¿Y no podías reaccionar?

—No, no. Nunca reaccioné.

—¿No es que estabas de acuerdo con darlo en adopción?

—No, no, no. Yo no podía reaccionar. Ni siquiera podía decir: “Estoy acá”. No podía hacer nada. Quedé en ese estado muchos días hasta que fui a la terraza de mi casa, me senté en una punta y por primera vez me quise matar. Me quise tirar al vacío. Cris me abrazó. No lo hice por él. Creo ahí empecé a reaccionar. Muy de a poco fui reaccionando. Estuve mucho tiempo en esa depresión posparto. Mucho tiempo. Mucho… Un año, un año y pico. Te hablo de que ya había cambiado mi vida, lo criaba a Cris, estaba trabajando, pero lo había escondido tanto, que él le dijo a toda su familia que su hijo había muerto. Él hacía su vida, digamos, pero ya no tenía relación conmigo: vivíamos juntos, no me maltrataba.

—¿Vos también empezaste a decir que Sebastián se había muerto?

—No, jamás. Nunca le dije a nadie que… Nunca nadie me preguntó, que también es distinto: la familia de él nunca me preguntó. Se quedaron todos con que Sebastián había muerto. Creo que también sabían que no había muerto.

—Hablaste de un intento de suicidio.

—Si. Hubo dos intentos de suicidio. El segundo fue de la misma forma: empezar a pensar que si me moría se terminaba el recuerdo, el tiempo pensando en Sebastián. No iba a pensar más dónde estaba, cómo estaba. Siempre creí que si me moría… a nadie le importaba si yo estaba muerta o estaba viva.

Con el paso del tiempo Paula se fue abriendo. Como podía, dejaba surgir lo que había sucedido, lo que sentía. “Conocía a alguien y contaba mi historia: ‘Me pasó esto y esto’, pero después, la mayoría de la gente me lastimaba con eso. Gente cruel. Me decían: ‘¿Cómo pudiste hacer eso?’. O contaban: ‘Ella tiene un hijo que abandonó’, cosas así. Entonces, lo volví a guardar. Y después me empecé a castigar a mí misma estando con personas agresivas”.

—¿Hiciste algún tipo de tratamiento? ¿Buscaste un profesional que te sacara de esa depresión?

—Con el tiempo. Pero te hablo de mucho tiempo. Cris tenía ocho años cuando empecé a trabajar en una sociedad de fomento que en ese momento utilizaban como centro de salud. Yo, simplemente, iba y daba números (turnos). Yo sufría mucha violencia física de una pareja que tenía. Mal, una violencia brava, bravísima. Sufrí violaciones. Conocí lo peor: llegué a verlo y hacerme pis encima… Hasta que un día un médico, que lo adoro, me dijo: “Paula, ¿por qué no hacés un tratamiento?”. Era la primera vez que me acercaba a un grupo de ayuda. La terapia grupal no me servía demasiado, entonces me empezaron a dar terapia individual.

—¿Pudiste denunciar a esa pareja violenta?

—Sí. Pero en esa época ibas a la comisaría y no servía demasiado.

—¿No pasó nada?

—No pasó nada. Con decirte que un día el comisario me mandó con un policía a mi casa, para que me resguarde de este tipo, que vivía a media cuadra, y el policía intentó abusar de mí en el patrullero. Y dije: “Nunca más voy a la comisaría a hacer una denuncia”. Después me lo saqué encima por medio de terapia. La psicóloga me ayudó a enfrentarlo.

—Hasta que en algún momento empezás a sanar, entiendo que con la terapia.

—Sí, con terapia. Y con el nacimiento de Leonel.

—¿Fue fruto de una relación más sana?

—Sí, sí. De una relación sana. Y un hijo buscado por mí. Cristian se había ido con su papá a los 10 años, a consecuencia de haber visto todo este maltrato de esas personas hacia mí. Fue una decisión suya.

—¿Y vos estuviste de acuerdo?

—Sí, sí, estuve de acuerdo. Lo dejé ir con su papá.

—¿Seguiste manteniendo un vínculo con Cristian?

—Siempre, siempre. Jamás falté a ningún lado. Estaba con la panza así, de Leo, e iba a buscarlo igual. Siempre. Sí, sí.

—Y un día, llega Leonel.

—Y un día llega Leonel, en una etapa en la que ya pensaba de otra forma: había mucha gente con afecto que me rodeada. Un día, acostada, embarazada de Leonel, dije: “Tengo que hacer algo”. Comencé a estudiar enfermería. Y cambié mi destino. Empecé a ver la vida de otra forma. También me separé del papá de Leonel, pero porque teníamos que separarnos. Nada traumático.

—Habiendo atravesado la psicosis puerperal con Sebastián, ¿no tuviste miedo de que algo de todo eso se repitiera en el embarazo de Leonel?

—No, no, porque ya tenía fuerza. No tenía miedo de que alguien me dijera algo que me impidiera no tenerlo. Es más: la decisión de tenerlo a Leonel fue mía. Absolutamente mía. Quedé embarazada y lo quise tener. Dije: “Yo lo crio”. A sus dos años me separé del papá y lo crié yo.

Paula junto a su hijo menor Alan Leonel y su nieta Mora, hija de Cristián su hijo mayor.

—¿En qué momento empezaste a buscar a Sebastián?

—A los 10 años de Sebastián, un día volví al Hospital Durand. Me atendió la misma asistente social que había aparecido en mi casa. Hablamos de que Sebastián ya tenía 10 años y yo seguía siendo medio un cachivache. Ella sabía toda la historia, de cuando habían ido a mi casa, de todo lo que había pasado. Sebastián había quedado en protección del niño, de menores indefensos. Su caso estaba judicializado. Buscamos papeles, buscamos carpetas, pero no estaban las de ese año. Sé que ellos te esperan un año a que vos vuelvas.

—Para intentar revincularte.

—Sí, te esperan hasta un año para la revinculación. Bueno, yo todavía no sabía esas cosas porque no había cambiado mi vida. Aquello fue un acto de ir al hospital, de buscar algo, de que alguien me dijera algo.

—¿Era la primera vez que te animabas?

—Sí, la primera vez. La segunda vez que me animé fue hace cinco años, ponele. Fui al Durand y la asistente social era otra mujer: “¿Qué necesitás?”, me dice. Le cuento mi caso: “Sucedió hace muchos años, en un contexto de violencia de género y de abandono de parte del Estado, porque para mí, el Estado me abandonó. Y yo lo dejé a Sebastián acá”. Y ella me dice: “Lo dejaste y te fuiste. Vos lo abandonaste”. “¿Por qué me tratás así? Veo que siguen tratando a la gente de la misma forma. Ustedes no aprendieron nada”, le respondí. Salí de ahí y me fui a la parte de archivos, donde conocí a una señora que trabaja ahí, Lidia Bruxa: “Dame la fecha, dame tu teléfono y yo te lo voy a buscar. Tiene que estar el libro de parto”, me dijo. “Yo lo dejé el 18 de agosto de 1988″, le respondí.

—Pero Sebastián nació el 18 de Octubre.

—Claro, pero antes yo decía “18 de agosto”. Me llama al mes: “Mirá Pau -me dice-, con esa fecha no existe. Pero déjame que voy a buscar día por día tu archivo, para adelante y para atrás”. A los dos meses me llama: “Pau, lo encontré. Es el 18 de octubre”. Claro, mi psicóloga me explicó: “Bloqueaste muchas cosas, hasta esa fecha, porque no la habrás podido manejar”.

—Y te entregó la partida de nacimiento.

—Sí. Hasta ese momento, era yo diciéndole al mundo lo que me había pasado. Pero no tenía nada… Hasta ese día, que me entregó el acta de parto. Lloré tanto… Me abracé tanto (al acta). Y me acordé tanto al leer el papel y decir: “Lo que era yo, ese día”.

Correr a su encuentro

“Haciendo terapia, empecé a caminar. Y después, a trotar, porque cuando trotaba me olvidaba, me curaba. Un día participé en una carrera y vi a un papá con una remera y una dedicatoria. Y pensé: ‘Si esto de correr me sana, ¿por qué no lo puedo utilizar para buscarlo?’. Fui a un lugar: ‘¿Me hacés una remera que diga Sebastián, hijo, te busco?’. Una amiga me hizo un logo. Y empecé a correr con la remera. Un día, en una carrera, me sacaron una foto. Y así, visibilizo mi búsqueda. Yo corro por él. Corro por él… Estoy preparada para encontrarlo. No sé si es una fantasía, pero siento que lo voy a encontrar”, dice Paula, emocionada, que además creo una cuenta de Instagram para visibilizar su búsqueda: @paula_busco_ami_hijo_corriendo

—¿Hace cuánto tiempo que corrés, buscándolo?

Siete años. Muchos corredores de elite, de los grosos, han subido fotos con la búsqueda.

—Ojalá a Sebastián lo haya adoptado una linda familia.

—Ojalá lo haya adoptado una linda familia. Ojalá… Y si tuvo situaciones complicadas en su vida, que haya salido como salí yo. Ojalá lo encuentre. Ojalá nos encontremos. Creo que cada carrera es un paso más hacia él. Siempre le digo a las chicas: “Si algún día me pasa algo, porque a todos nos puede pasar cualquier cosa, sigan buscándolo. Cuéntenle que lo busqué”. Porque quiero que sepa que lo busqué. Que lo busco. Que lo amo. Y que no lo abandoné porque no lo quise: lo abandoné porque en la vida me pasó lo que me pasó…

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